Con su nacimiento, Albert llenó a sus padres de alegría. Más tarde, sin embargo, los puso al borde de la desesperación por su mal rendimiento escolar. La familia se había trasladado a Munich, y en esa ciudad inició Albert sus estudios. Sus profesores opinaban que tenía un retardo mental porque había hablado muy tarde, razonaba con gran lentitud y daba la impresión de no tener memoria para nada.
Sin embargo, un tío por el lado de su padre despertó su interés por la matemática y en ese campo se revelo como un genio. A los 14 años había asimilado perfectamente el álgebra, la geometría analítica, el cálculo integral y el diferencial. Pero era nulo en historia, geografía e idiomas, y era muy indisciplinado. Además de la matemática le interesaba la música. Tocaba el violín, y sus autores predilectos eran Bach y Mozart.
En lo referente a su personalidad, se cuenta que era tímido y poco sociable. Una vez manifestó: “Me he sentido en todas partes extraño, incluso en el seno de mi propia familia, a la que no obstante quiero”.
Pese a que jamás obtuvo buenas calificaciones ni un diploma profesional, llegó a ser profesor en Princeton, Estados Unidos, y a obtener el Premio Nóbel de Física. Su aporte más importante a la ciencia lo dio en el terreno de la física, al enunciar la teoría de la relatividad, teoría que sirvió de base, entre otras, al uso de la energía atómica.
Aun cuando, paradójicamente, Einstein fue un pacifista, una de las aplicaciones de esta teoría fue la bomba atómica. Esto lo llevó a decir la frase siguiente: “De haberlo sabido o imaginado, me hubiera dedicado a plomero”. Sin embargo, no hay que olvidar que la teoría de Einstein ha abierto un campo, en permanente explotación, a la utilización pacífica de la energía atómica.